miércoles, 15 de junio de 2011

La percepción actual de la ética

Existen actualmente formas de encarar el fenómeno de la percepción que ya no parten de la centralidad otorgada al sujeto por la modernidad. Se trata de asumir la percepción como una realidad contextual que, por serlo, supera cualquier manifestación dualista. Las implicaciones de tales posturas pueden tener importantes consecuencias en el terreno de la ética.
Las investigaciones sobre la percepción han estado centradas de modo dominante en torno a sus aspectos psicológicos, dejando al margen formas de abordarla que presupusieran un estudio interdisciplinario. Solo recientemente se ha comenzado a tener en cuenta seriamente aportes provenientes de otras tiendas distintas a las del campo psi, posibilitantes de un encare más atento a las interrelaciones (Bateson: 1991; Maturana y Varela: 1996; Wilber, 1989; etc.)
Este cambio no se ha producido sin que se observaran considerables dificultades e incomprensiones y con él hay que admitir que, como proceso que es, su investigación aún contiene grandes zonas de incertidumbre.
RELACION ENTRE DOS AMBITOS
Teniendo en cuenta estas limitaciones, digamos que el actual estudio de la percepción ha desbordado las definiciones tradicionales, que la hacían aparecer como captación del mundo exterior por parte de un sujeto, encapsulando lo percibido en la dimensión de la subjetividad.
Tal captación es la que ahora nos importa poner en cuestionamiento, puesto que es la responsable de la distancia cualitativa existente entre entes del mundo y sujeto, y responsable igualmente del aislamiento del sujeto y de la ceguera epistemológica que acompaña sistemáticamente a las concepciones que sobre el conocimiento ha ido elaborando la modernidad.
Aunque nuestra perspectiva es la de la filosofía, intentaremos mantenernos en un plano que tenga en cuenta los diversos enfoques sobre el problema, sin caer en reduccionismos.
Hay que advertir que en la definición de percepción tradicionalmente empleada, se intenta relacionar dos ámbitos que se vinculan a través de procesos dados en uno de esos ámbitos y no en ambos simultáneamente. En donde se procesan cambios es en el sujeto que aprehende, pero para que esto suceda debe separarse al ente que aprehende, con lo que se configura un dualismo entre lo aprehendido y el aprehensor. Todo esto es fatigosamente conocido, por supuesto, pero se hace necesario anotarlo para poder avanzar en las formulaciones contemporáneas que han modificado de manera radical estos análisis.
Digamos aun otra cosa, esta vez relativa a los diseños con que los humanos intentamos conocer.
Una determinada manera de relacionarse, es decir, de conocer, implica un modelo del mundo que se desea explorar, o sea un diseño teórico que se explicita como mapa de un territorio, que nunca es cualquier mapa, porque nunca es cualquier geografía, cualquier topografía o cualquier urbanización: los mundos posibles para los humanos son siempre paisajes percibidos en contextos que, aunque se les intente adosar generalidades por mediación de la teoría -sea esta científica o filosófica–, resultan siempre provincianos en el sentido de perspectivos, modelos entre múltiples otros modelos, mapas que no pueden liberarse de la perspectiva porque ella le es constitutiva.


El mapa moderno de la percepción
Lo anterior no fue avizorado en la época moderna. Pese a la refinada elaboración de que fue objeto la relación de conocimiento desde el Renacimiento en adelante, siempre se estuvo, en la modernidad, ante una desvinculación ontológica entre sujeto y objeto.
Efectivamente, en este contexto histórico y filosófico, el sujeto que conoce y que, al conocer, reconoce y estatuye al objeto conocido, establece una singular y específica distancia.
Tal distancia es cualitativa, no es simétrica y jerarquiza al sujeto; y es claro que en la creación (moderna) de la imagen el sujeto es centro activo con exclusividad. Esta ardua –y por momentos refinada– elaboración permitió el diseño de modelos (de imágenes como modelos) que derivaron en la progresiva constitución de una topografía del mundo natural y del mundo humano diseñada en términos matemáticos. Esto es, posibilitaron el progreso científico y la transformación del mundo tal como la conocemos hoy día. Por lo que nuestra actual vinculación con el mundo sigue siendo moderna, aunque ella esté en crisis.
Tal distancia cognoscitiva separa al hombre de la naturaleza y le otorga un puesto de observación privilegiado que –ahora lo vamos avizorando– es un puesto auto elaborado y no real. Tal distancia es la que establece la razón. La metafísica moderna estatuye un dualismo entre sujeto y objeto, no solo cognoscitivo sino metafísico: el ser humano no es resultado del mundo natural, desde que posee razón, o mejor dicho, alma racional. Es un ser descolocado del orden natural merced a su racionalidad.
Y ello implica la pertenencia del hombre moderno no a la creación (no es una mera creatura), sino a la creación comprendida desde las coordenadas de su racionalidad.
Existe aquí, pues, una mediación entre el hombre y los entes del mundo, y tal mediación está dada por la razón. La distancia de la metafísica moderna es estatuida por mediación de la razón, que ahonda de esta manera el dualismo platónico – cristiano, núcleo duro de la tradición filosófica de occidente.
Estas ideas han adquirido tal fuerza a lo largo del desarrollo del pensamiento occidental moderno que resulta muy difícil liberarse de su dominio dogmático.
Y es por ello que uno de los pecados modernos es el de la certidumbre, el de la certidumbre racional de la percepción del mundo, una captación de la realidad dependiente de los mapas conceptuales racionales diseñados desde la perspectiva del sujeto cognoscente.
De este modo, el universo constituido por los mapas racionales se ha instalado en las concepciones sobre el conocimiento. Y lo ha hecho con una poderosa sugestión; tanta, que se ha debido esperar largo tiempo, concretamente hasta la llamada revolución cuántica en la física, para que tales certidumbres comenzaran a tambalearse.
La nueva percepción
"Nosotros tendemos a vivir un mundo de certidumbre, de solidez perceptual indisputada, donde nuestras convicciones prueban que las cosas solo son de la manera que las vemos y que lo que nos parece cierto no puede tener otra alternativa. Es nuestra situación cotidiana, nuestra condición cultural, nuestro modo corriente de ser humanos.
"Pues bien, al estudiar de cerca el fenómeno del conocimiento y nuestras acciones surgidas de él, se revela que toda experiencia cognoscitiva involucra al que conoce de una manera personal, enraizada en su estructura biológica, donde toda experiencia de certidumbre es un fenómeno individual ciego al acto cognoscitivo del otro, en una soledad que solo se trasciende en el mundo que se crea con él." (Maturana y Varela: 1966, 11-12 ).
La certidumbre de la que hablan estos autores es la del conocimiento concebido en los parámetros modernos, la del sujeto que somete a un mundo, el mundo que le toca percibir, mundo que resulta ser de una consistencia pasiva ante la capacidad conformadora del sujeto perceptor.
Como resulta de la cita, existen actualmente formas de encarar el fenómeno de la percepción que no parten de la centralidad del sujeto.
Estas nuevas formas reciben nombres diversos: holísticas, sistémicas o ecológicas. En todas ellas, la percepción humana se integra a redes y procesos que no poseen centros neurálgicos desde los cuales se parta como desde un grado cero para la captación del mundo. Directamente, no hay en ellas centros concebidos como puntos de partida, sino pautas que relacionan, transmutan, sintetizan, pero que jamás ratifican, dado que en los modos de percepción siempre se está ante procesos, es decir, ante intercambios de diferencias y no ante vinculaciones de cosas (cosas que son un sujeto y entes del mundo, para mencionarlas en el vocabulario categorial de la modernidad).
En una de las vertientes de este pensamiento, la defendida por Gregory Bateson, la percepción aparece como un fenómeno que desborda la moderna voracidad del sujeto, postulándose como proceso que intenta disolver su ansiedad metafísica, el afán de poder de ese singular sujeto provisto de ojos y manos avasallantes, a fin de modificar su relación con el entorno y situar – de manera radicalmente distinta – la relación del ser humano con su contexto como fenómeno contínuo, dinámico, sin bordes, configurado en un orden de relaciones que den cuenta de diferencias y no de cantidades.
El orden del mundo no es, entonces, el orden de una posible mathesis universal. Lo que Bateson señala es que, en el fenómeno de la percepción, no se trata ya de encontrar sentidos para un sujeto (muy especialmente sentidos racionales), porque ella no es representacional. No dice que existe allí un mundo objetivo que es luego representado.

Percepción y diferencias
Dice Bateson: "En esos circuitos (se está refiriendo a los circuitos mentales) no hay cosas, no hay cocoteros, no hay pedazos de tiza o lo que ustedes quieran. Hay solamente complejas transformas (sic) de diferencias que nosotros entresacamos de las cosas, es decir, de los cocoteros, las tizas o lo que fuera.
"... luego, si uno quiere dar cuenta del camino recorrido por un ciego, necesita incluir el bastón del ciego como parte de los factores determinantes de su locomoción.
"De manera que, si la mente es un sistema de senderos a lo largo de los cuales pueden transmitirse transformaciones de diferencias, la mente evidentemente no termina en la piel, sino que comprende también todos los senderos exteriores a la piel que son relevantes para el fenómeno que deseamos explicar.
"La mente tampoco termina con aquellos senderos cuyos cuentos están, de alguna manera, presentes en la conciencia (...) Debemos también incluir los apuntalamientos de la mente conciente, lo "Inconciente", incluyendo las hormonas, como parte de la red de senderos a lo largo de los cuales pueden transmitirse transformas de diferencias. Y, por supuesto, también debe incluirse a la acción en todo esto.
"Ahora bien, las diferencias no solo existen en circuitos, también existen en contextos, pues en el mundo comunicacional nada significa algo si no es en presencia de otras cosas." (Bateson: 1999, págs. 222-225)
Nos hemos permitido anexar percepción a proceso mental, siguiendo la terminología de Bateson. Aunque ambos no son sinónimos, desde que aquí se consideran los procesos mentales como otra forma de mencionar los procesos vitales, la percepción en los seres vivos –incluido el hombre– no es una relación exterior al mundo que procesaría el ser vivo, sino una contínua interpretación de diferencias que se experimentan, sin la distancia que pretende la filosofía de inspiración moderna.
Como es sabido, desde los planteos elaborados por Shannon, toda recepción de información es necesariamente una recepción de noticias de diferencia.
Pero, insistimos, esas diferencias no marcan distancias cognitivas cualitativamente destacadas unas de otras. Hay una pregnancia constitutiva en las informaciones recibidas que hace ilusoria la potestad del sujeto para determinar diferencias únicamente racionales en lo percibido.
De manera que, según esta perspectiva, la percepción no es una captación que procesa un sujeto mediado con el contorno, captación que actuaría como puente entre un mundo circundante pasible de ser aprehendido (con cuotas fuertes de pasividad) y que luego se tornaría real en la imagen.
Por el contrario, la percepción es un proceso en el cual no es posible deslindar los fenómenos sucedidos en el sujeto con respecto a los del entorno.
"La epistemología convencional, que llamamos "cordura" (y que Maturana y Varela llaman "certidumbre", agregamos nosotros), retrocede espantada al darse cuenta de que las "propiedades" (que nuestra mente supone adheridas a los entes del mundo) son solo diferencias y existen solo en un contexto, solo en una relación. Abstraemos partiendo de relaciones y de experiencias de interacción para crear "objetos" y para dotarlos de características. Igualmente nos arredramos ante la proposición de que nuestro carácter es solo real en una relación.
"Aun así abstraemos partiendo de las experiencias de interacción y de diferencia para crear un "sí – mismo" que continuará (será "real" o como una cosa) aún sin relación." (Bateson: 1999. 254).
Estamos ante una perspectiva filosófica que no considera la percepción como el proceso de captación/asimilación de un mundo o un entorno, sino como experiencia, experiencia que no dualiza entre un interior, una subjetividad atenta y alerta y un exterior, un afuera, solo organizable una vez procesados los datos por parte del sujeto.
En esta forma de interpretar la percepción, cada humano es un síntoma del estado del contexto como un todo, de cómo va siendo el contexto, ya que nada escapa a los procesos en interrelación, en redes: ni el mundo ambiente percibido ni el percibidor.
Es una manera también de reconocer la intrínseca pertenencia humana al universo, dado que la realidad nos implica ontológicamente y que, por ende, habrá que conocerla por identificación, por asimilación de lo que se va percibiendo. La filosofía moderna intenta conocerla críticamente, traduciéndola en un continuo examen categorial.
En una perspectiva como la de Bateson, por el contrario, el estudio de la percepción apunta a verla como una experiencia que tiende a lograr identificaciones.
Así, las dimensiones reales de nuestra experiencia de la realidad son anteriores a la escisión entre sujeto y objeto. No anteriores temporal sino ontológicamente.
Es que el sujeto moderno se revela rígidamente situado, como un contemplador analítico, y esto es precisamente lo que se está avizorando: que sucede justamente lo contrario y que el ser humano no es un espectador sino que su propia realidad se hace, hasta en un sentido literal, universal. No es un actor único, ni autor omnicomprensivo del libreto, pero sí partícipe intrínseco donde nadie conoce el libreto de la partitura pero donde nadie –ni el más pasivo– deja de estar implicado en esa obra de arte, en ese ilimitado escenario poético, que es la realidad.

Hacia el terreno ético
Recordemos cómo definen los griegos la percepción. La entienden como una acción que supone recoger algo, algo que se reclama. Ese es el sentido del vocablo antílepsis y, más aun, de catálepsis. Cuando se lo traduce al latín, percibió significa tomar posesión de algo, junto con la recogida que viene del original griego. Aquí se adosa la intención de la posesión, del poder sobre algo. De este modo, desde su admisión por la filosofía latina, percepción indica algo conseguido por captura (per capiere).
Habíamos dejado para este momento la etimología del concepto por las obvias connotaciones éticas que sustenta y no por considerarla de menor importancia.
La connotación filosófica del concepto de percepción en una perspectiva holística tal como la contenida en Bateson es algo así como la vereda de enfrente de esa tradición conceptual.
En esta perspectiva, la percepción no supone un control, efectivo o virtual. Más que un vigilante atento situado en una atalaya de observación trascendental (lo que alguno calificó acertadamente como la intención de ubicarse en el punto de vista del ojo de Dios), el sujeto que percibe no está separado del contexto que quiere percibir. En todo caso, es un síntoma del estado del contexto como un todo. O sea que cuando se quiere describir una percepción se debe describir también el comportamiento del contexto del observador, un fenómeno, entonces, sin bordes.
Implicaciones éticas: en lugar de intentar percibir críticamente habrá que asumir que se percibe por procesos de progresiva, compleja y contradictoria identificación, por asimilación de lo que va deviniendo. Las propiedades de nuestras acciones son solo diferencias y existen solo en un contexto. La percepción de las mismas aparece, por ende, cargada – hasta saturada - de elementos no elaborados por el yo sino por esas mismas relaciones.
Lo que estemos por hacer con lo percibido no existe en absoluto antes de que lo procesemos en una red inextricable de relaciones. Si pensamos que dichas relaciones son elaboraciones propias del sujeto es porque abstraemos partiendo de las interacciones y las diferencias, pero el problema es que olvidamos ese punto permanente de partida.
Sorprendentemente, sucede que el rasgo fundamental y específico del fenómeno de la percepción es que lo percibido necesita ser elaborado con los mismos datos del mundo percibido. Estamos así ante un círculo hermenéutico perceptivo.
Por lo mismo, las dimensiones reales de nuestra experiencia de la realidad (percibida) son anteriores a la escisión entre un objeto (conocido o a conocer) y un sujeto (cognoscente).
Hay aquí una apuesta a una descripción monista del universo, la aceptación de que nuestra representación del universo, pese a los infinitos matices culturales, depende del propio universo. Y otra apuesta, la de asumir que nuestras prácticas son prácticas intensamente compartidas.
Frente a una ética de los dualismos, que ha dominado el panorama de la filosofía occidental, hay que asumir, más allá de la actual situación de crisis, que una de las alternativas está propuesta por esta ética de contenidos holísticos.

La búsqueda de la humildad es lo más importante, especialmente si quieres edificar una ética, si quieres alcanzar una cierta moral.

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